Después de una ardua semana de trabajo y de lecturas complicadas uno se decide darse tiempo para el ocio, y ya no opta como en otras épocas por sentarse una noche a mirar el cielo perfectamente estrellado de su hemisferio, sino más bien prefiere la compañía de sus pares, la socialización al exilio. Entonces usted se para frente al almanaque y al reloj y comprime en tres oraciones inconclusas el paso de su vida por la tierra, y se siente contento y amable. Hasta de momento cree ser solidario, parte de la globalización y un poco bonachón por haber ayudado a cambiar el terrible curso del mundo, de lo inhóspito hacia lo habitable. Y para no sentirse menos, ya que hoy en día se sabe que todo el mundo es como usted o quizás mejor, se conforma con ser útil en la vida.
Una vez fundido los pensamientos del yo y de lo terrestre, usted concluye que es hora de existir nuevamente y ve las posibilidades que aporta la ciudad para su merecido fin: disfrutar del placer con los demás habitantes de su ciudad o pueblo o lo que sea. Y dentro de los eventos a los cuales puede asistir, ya no elige los café literarios que últimamente están de modas y han invadido la ciudad en cada esquina como si fueran alguna de esas empresas internacionales en busca de nuestro dinero; sino que desde esa casa tan humilde pero elegante y al ritmo de Johann Krebs (harto ya de Bach) concluye que la mejor de las opciones sería ir a una discoteca de esas a las que ya poca gente concurre. Además esos lugares ofrecen actividades varias, dentro de las que podríamos perder el tiempo con banales enumeraciones. Ya listo, perfumado y bien vestido según el protocolo inglés, llama a sus amigos, que abundan pero prefiere la presencia de unos pocos. Ellos lo atienden con tonos algo agresivos, pero ceden a la invitación de presenciar el boliche y posponen su cita con el café literario para otra ocasión. Entonces ya embarcados en un taxi ustedes llegan al lugar, un verdadero orgasmo visual ante tal obra arquitectónica jamás vista. Entran y se encuentran con los ciudadanos más preciosos y cultos, y de esto surge su primer incomodidad al ver tanto desparramo de grandeza concentrado en el local, por lo que no sabe muy bien cómo obrar allí, y piensa que lo mejor es dejar que pasen un poco las primeras impresiones y luego interaccionar con alguna que otra señorita. Ya es sabido que con cualquiera podría hablarse de Parménides y su noción del no-ser o sobre el por qué de las multitudinarias lecturas de Leibniz. Luego del primer espasmo de decadencia, se lo toma todo con más calma, se acerca a la barra lentamente junto con sus amigos y piden una bebida para pasar el rato. Ya con un vaso en mano, se siente más seguro y se moviliza cerca de la muchacha más bonita del lugar, esa muchacha que la recuerda a Coco Chanel y que tiene los dedos de Eos. No es usted el único que se le arrima, hay varios hombrecillos luchando por charlar con ella, pero se hace la difícil como de costumbre en esos lugares, y tiene un mecanismo de filtro nunca antes visto: antes de poder hablar con un hombre, éste tiene que adivinar su acertijo. Usted es dentro de los pocos que logra acertarlo, y ella le concede el don de su palabra, ya que su belleza está condensada para todo el público. Pero ocurre algo muy desagradable con ella, la conversación torna de lo genial que tiene el azar en un momento como éste a lo malísimo que es clasificarlo a Mallarmé como un poeta maldito, y como ella no está de acuerdo con su opinión deja de hablarle aunque le parezca un buen partido y se retira hacia el toilette. Menoscabado, usted cree que lo mejor es apuntar más bajo, y se pone a discutir con una chica mas bien poco linda. Y como ya es sabido, no se puede discutir con la gente mas bien fea de nada, porque lo que no tienen de bello lo tienen de cabeza. Entonces ella lo supera en sus reflexiones y refuta cada una de sus palabras, haciendo de la comunicación sea mínima y poco productiva para el fin que usted se propuso: amar a una mujer esa noche. Algo mas deteriorado se dirige hacia el sillón donde sus amigos están sentados y ya no piensa más en buscar a otra mujer que se lleve la mejor parte de su cuerpo que es ese corazón podrido de latir. En cambio prefiere seguir la noche bebiendo bebidas ultra fuertes para callar esas voces que lo persiguen y le dicen: eres decadente, todos aquí son mucho para ti. Sus amigos, enojados por su actitud lo dejan sólo en el lugar, y salvan lo que queda de la noche en un café o quizás en una biblioteca que quede cerca. Al pie de la letra usted se queda en un boliche emborrachándose mucho y enamorándose poco. Luego llega a su casa pobre y sin desamorado, y come lo que quedó en la heladera de la cena anterior. Se cepilla los dientes y frente al espejo del baño se siente lo más triste del mundo, un clown con lagrimitas o un mimo, escupes la espuma dental. Se acuesta y no quiere soñar, pero antes de dormirse vislumbra una esperanza: de todo el mundo te corresponde una parte, eres joven y aunque ya nadie le de valor al corazón debes sentirte alegre porque no has encontrado aún lo que los demás creen que si. Una vez en la almohada te sumerges sin querer en un sueño leve, pues no te han quitado eso por las noches. Buenas y hasta mañana cama.
1 comentario:
Es para que lo dirija Rejtman.
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